La alimentación es un hecho esencial para la vida del que no podemos prescindir. Dependiendo de cómo sea su puesta en práctica, se pueden obtener una serie de beneficios o perjuicios que van a condicionar diferentes estados de salud. La obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer, son procesos que pueden verse originados o agravados por hábitos alimentarios erróneos o desequilibrados. Así, la alimentación saludable es uno de los factores más influyentes en la salud de una población, y por lo tanto se debe actuar también a nivel individual en el cuidado de la misma.
En nuestra cultura hemos gozado tradicionalmente de las bondades que conlleva la realización de una dieta típicamente mediterránea, rica en cereales, frutas, verduras, legumbres y pescados. Sin embargo, en la actualidad, la globalización y los cambios en los estilos de vida de la sociedad han llevado al alejamiento de este modo de vida y a la práctica de una dieta poco saludable.
El establecimiento de unos patrones dietéticos correctos y equilibrados, adecuados a las necesidades de cada individuo, y junto a la práctica de otros estilos de vida saludables, pueden ayudar a obtener un estado de salud óptimo y mejorar la calidad de vida de la población.